Alzo mi voz ante la nación gamer que tanto adoro, otra semanita más para decirles las palabras que han llegado a mi… El futuro está aquí. Ya estamos en el estado “vas que chutas” de la nueva temporada de consolas, sueños, ideas, creaciones y locuras. En esa misma temporada nos encontramos con el siguiente gran dilema de la industria, las minorías vocales. Entonces, mis queridos copartícipes de insospechados logros en sus respectivas consolas y juegos, es tiempo que escuchemos/leamos este monólogo que nos instruirá en el mundo de los trolls y su inservible presencia.

Mercado de Sabores

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Todos, y digo TODOS, hemos caído en las fauces del enojo o frustración porque algo dentro de nuestra experiencia no funciona tal como habíamos pensado. En ocasiones, pudo haber sido el problema de que tuvimos un control defectuoso, película rayada, consola con falla de origen, RROD, cartucho sin soplar, cable no incluido, batería baja o palanca partida. Básicamente, es como si nos aventaran una zarza ardiendo de elementos perdidos o esperados que nunca llegaron.

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Recuerdo hace muchos años, hubo una consola que se llamó Playstation… era un proyecto super prometedor que traía a una empresa muy reconocida en el mundo de los electrónicos que era Sony. En esa época el gigante era Nintendo, no existía ninguna caja X y tampoco había artilugios portátiles que te permitieran ver el mundo en tercera dimensión… bueno, existiría el Virtual Boy en 1995. En esa época, si te querías quejar, podías mandar una carta que nunca sabías si llegaba o no a su destinatario… de lo único que estabas seguro era que, en caso de quejarte, perderías las ganas de la queja por la falta de una respuesta inmediata. Cuando andábamos DesTwitteados y el único tipo de Facebook eran unos cuadernillos en los que ponías las fotos de tu gente bienamada retratada en RGB sobre plástico de baja calidad.

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Es interesante observar cómo nos hemos venido a modificar con el advenimiento de los años. Antes, reconocer a un trolero  sólo era posible si ibas a las maquinitas de la esquina que emanaba un aroma entre orin y sudor prepuber. En esas épocas, dichos establecimientos tenían la bendición de las gráficas más avanzadas, los personajes más pasados de lanza, los arbitrarios y achacosos actos violentos que el mundo jamás hubiera imaginado. Además de la contaminación sonora que haría que cualquier microbus se viera como un lugar para meditación trascendental.

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¡Que historias no pasaron en esos días!  Recuerdo con cariño la revista que compré (en efecto mis queridos y afamados lectores, en esa época se pagaba por leer) para revisar un artículo de 7 páginas sobre Final Fantasy VII y cómo el juego revolucionaba la forma en la que contamos la historia (cosa que ahora están logrando juegos como Journey o Tokio Jungle). O la primera vez que se vió una versión de Street Fighter o Battle Arena Toshinden que se veía exactamente igual que en la arcadia. Esas eran las épocas de juegos exóticos y raros como MDK o Parappa the Rapper.

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Conforme fueron pasando los años nos enteramos que los nuevos procesadores que vinieron a suplir a esas consolas ya eran el doble de poderosos. Nos movimos en un mundo nuevo con respecto a los juegos de aventura. Vimos el nacimiento de GTA III y también supimos acerca del café caliente de San Andreas… Nos sumergimos en la experiencia de un RPG con los personajes de Disney y decidimos dedicar horas y horas a la búsqueda la felicidad producida por golpes de bala con Halo y sus allegados.

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De pronto entramos en una generación donde Nintendo redescubre el hilo negro pero se le olvida como coser. Sony decide hacer la máquina más arquitectónicamente compleja que puede y entra un mercado de consumidores a darle a Microsoft todo el dinero que pueden con tal de tener la experiencia perfecta de headshot. Es así como poco a poco nacen clanes como los Sony Fanboys o los XBots, y allá a lo lejos notamos una consola blanca que deja de resplandecer al ser un pony que sólo se sabe un truco (un pony rico de cualquier forma).

Y dentro de toda esta narrativa nacen dos elementos críticos de nuestra industria hoy por hoy: por una parte tenemos la variedad de sabores, formatos, controles, experiencias, sonidos, tipos de gráficos, figuras, personajes, historias, narrativas, planetas, países, galaxias, mecánicas… y del otro lado, nace una comunidad conocida como la minoría vocal. Aquellos que buscan hacer cadencias en la marea, los chicos y chicas que gritan a teclazos cada que algo no se parece a lo que ellos esperaron; esos que no pueden permitir que la pases bien en tus experiencias online.  Esos que piensan que saben qué es la industria y cómo opera. Esos mitoteros que hacen que el resto de la humanidad nos vea como una plaga más que una subcultura. Los chicos que gritan sin escuchar palabra, que se dejan poseer por su necesidad de atención y falta de cariño.

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En realidad… como bien lo dice este artículo, el mercado de los videojuegos es un mercado de sabores. Existimos todo tipo de personas para todo tipo de experiencias, y aunque no lo quieran aceptar, ser trolero es parte de ellas. Nos parecerá ilógico y probablemente innecesario, pero ahí están… para nuestra lamentable suerte. Nuestra evolución ha estado plagada de ellos y ellos seguirán en el juego. Sin embargo, en vez de reaccionar al reaccionario esto tiene una solución mucho muy sencilla. Para todos nosotros que tenemos que vivir la mala pata de los que pisan mal, simplemente sigan esta receta secreta al crujipollo de la vida… si no les gusta el tenue sabor a defecada que les producen estos individuos… ignoren ese fruto y vayan por otro.

May the hair on your toes never fall out!